La Voz de la Madera: Mi Viaje a Paracho
Al otro día del hermoso concierto en Morelia (Michoacán), el querido amigo Alejandro Lelo se ofreció llevarme hasta Paracho, un pueblo famoso por su profunda tradición de lauderos y guitarras artesanales. Mi guitarra mexicana, que lleva años y quién sabe cuántos kilómetros haciéndome compañía por aeropuertos y escenarios, fue construida en Paracho por Agustín Enríquez, el hermano mayor de una familia que lleva varias generaciones dedicándose a la construcción de guitarras.
La idea era llegar allí, ir preguntando laudero por laudero hasta dar con Agustín. Después de varios intentos fallidos, extravíos y con la ayuda de una simpática señora mayor, llegamos al taller. Solamente ver la cara de ilusión de Agustín al reencontrarse con una guitarra que hizo hace años, que después de tantas vueltas y canciones regresaba hasta su taller en su su pueblo con más de una herida de guerra pero aun viva, hizo que el viaje valiera la pena.
Cada rasguño, cada marca, es un testimonio silencioso de los escenarios, las risas, las lágrimas, y los aplausos que ha presenciado. Estas guitarras artesanales no son simplemente instrumentos; son cápsulas del tiempo, pedazos de historia, una conexión tangible con la tradición y la cultura que la vieron nacer.
La habilidad y pasión de los artesanos como Agustín transforman simples trozos de madera en obras de arte vibrantes y llenas de vida. Me contaba que hay algunas que le toman hasta un año terminar de contruir. Cada guitarra hecha a mano en Paracho es única, no solo en su sonido sino también en su espíritu.
En el taller encontré esta guitarra del 1940 construida por Andrés Marín en Valencia (España), que sonaba increíble. Intenté comprársela a Agustín, pero me dijo que no.
Al salir sentí una renovada admiración no solo por mi instrumento.